Muchas veces nos desesperamos por la cantidad de problemas
que tenemos que afrontar diariamente: en el trabajo, en la casa, en cualquier
otro lado. Parecería que fuéramos de problema en problema; no terminamos de
salir de uno cuando ya aparece otro.
En esos momentos solemos decir: "¡Que feliz sería si no tuviera tantos
problemas!" Sin embargo, este es un enfoque equivocado. Mientras
vivamos, la vida nos presentará inevitablemente problemas para resolver, y el
hecho de ser feliz no está relacionado con la existencia o no de ellos sino con
la manera en que los enfrentamos.
Pensemos un poco en qué es una situación problemática. Se dice que tenemos un
problema cuando algo no se produce de la manera que deseamos. No ganamos lo que
quisiéramos, los hijos no se portan como nos gustaría, el transporte se
dificulta, se presentan conflictos en la familia o la vida no transcurre como
esperábamos. ¿Sería posible que todo ocurriera de la manera en que a uno le
viene bien? Obviamente que no.
Entonces vemos que los problemas son una parte ineludible de la vida. Si
queremos vivir, tenemos que enfrentarlos. Pero no debemos verlos como un mal
irremediable, sino como una oportunidad para superarnos. Cada uno de ellos es
una posibilidad para ejercer nuestro razonamiento, que es una de las maneras de
crecer.
Ejercer nuestro razonamiento con un problema no significa necesariamente tener
que resolverlo. Tal vez lo que debamos hacer es ignorarlo. Con cada uno que se
nos presenta, tenemos, fundamentalmente, dos opciones: resolverlo o ignorarlo.
Existen distintos tipos de problemas, y a menudo se presentan varios
simultáneamente. Sería una cuestión sin sentido tratar de resolverlos todos a
la vez, sin que falte uno.
Cuando tenemos que enfrentar varios al mismo tiempo, lo primero que tenemos que
hacer es jerarquizar los mismos. Habrá algunos más importantes y otros que lo
son menos. Nuestros recursos no son ilimitados y es probable que, al tratar de
solucionar los menos importantes, comprometamos la solución de los más urgentes.
Entonces sería una decisión sabia ignorar aquellos problemas que en el momento
no son tan importantes.
Una vez establecida una jerarquía de problemas y determinado cuáles vamos a
tratar de resolver y cuáles vamos a dejar para más adelante o para nunca, no
nos queda otra alternativa que comenzar a tratar de resolverlos. Es en este
momento cuando realmente está en juego la posibilidad de ser feliz; la
diferencia entre ser feliz o no, radica en la actitud con que los afrontamos.
La mayoría de los psicólogos, psiquiatras y otros estudiosos del tema,
coinciden en que hay tres actitudes esenciales con las que podemos encarar la
resolución de problemas. Si lo llevamos a una visión personal, individualizada,
se pueden expresar de las siguientes formas: "Soy incapaz de solucionar
nada", "Nada es demasiado difícil para mí" y "Algunas
cosas podré resolver y otras no".
Tengamos en cuenta que la última opción es la más realista, objetiva y eficaz,
y por tanto la que nos puede ayudar a tener más felicidad en nuestras vidas, o
al menos, maneras más sanas de manejar los conflictos y remontar las
situaciones difíciles que nos impone el hecho de vivir.